Andaba expectante, ese gato andante. Un pañuelo rojo lo identificaba, mas su cicatriz nunca sanaba. Poco se sabia, pero de concreto teníamos, que el felino buscaba un tesoro; de esos que te llevan a lugares recognitos, con un millón de acertijos y te llenas de regocijo si lo llegas a encontrar. Uno por el cual 7000 lunas le hizo maullar.
Cauteloso era, y cuando por fin le encontraba una respuesta, fuertes ventiscas se llevaban su proesa. Pero con cuatro patas siguió sin parar, y aunque tuviera que en dos andar, juro por todos los dioses, que jamas iba abandonar, las promesas de los gatos son sagrados, y cada uno tiene el propio por el cual luchar.
Se trepa a la cima del mismo árbol, es casi un ritual, por cada movimiento, una rama ha de temblar. Y una vez arriba, se pregunta una y otra vez, en donde estará la llave que encaje al engranaje.
Dicen que ve todo en blanco y negro, y en su escala de grises, el sendero solo ve con matices irónicos. Que su mirada aguda, era mas afilada que sus garras! nadie se quería topar con esta fiera que ya no estaba enjaulada. Nadie, excepto ella.
Ahora anda con el mismo propósito, pero cree que ya no es necesario ser aquel gato solitario. Encontró un buen lugar en donde estar, y desde ese lugar, decidió que ya no se iría mas. Que de a dos todo es mas fácil, que de a dos, la tormenta ya no lo iba a asustar.
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